O el gozo del celebrante
A mitad del camino de su vida –al igual que Dante al inicio de la Divina Comedia-, nuestro protagonista decide dar un paso trascendente, definitivo, y entregarse a la aventura de forjar su identidad dentro del mundo del arte. Aventura azarosa, inquietante, que supone un gran reto. El bautizo existencial de Vicenç Palmer (Palma, 1955), toma otro ritmo, una alta intensidad y frecuencia templada, cuando maneja el pincel y mezcla los colores. Nunca es tarde si llega la hora, en cualquier lugar, el cometido, el resultado. Contrario a considerar el arte como un chivo expiatorio, Vicenç Palmer opta por la pintura desde una experimentación placentera, hedonista, del acto creativo. Nos encontramos con una mirada dionisíaca, maravillada, que rehúye el tormento y la angustia que generalmente acompaña el espíritu de aquellos que viven el arte como una redención. Notamos inmediatamente un impulso alegremente fecundo en la obra del artista, una explosión de felicidad que inunda sus telas. Los colores se recrean en una gran fiesta, una exuberancia cromática que posee un poder hipnótico, un impacto que nos recuerda a Kandinsky. No en balde la imaginería nos presenta flores, soles, estrellas, formas geométricas, figuras antropomórficas…, dejando casi siempre como protagonista, un fondo blanco ubérrimo, desnudo, que se aleja del vacío. Se inicia así una especie de juego que consiste en descifrar el mensaje, como si el espectador se encontrase delante de un jeroglífico o un palimpsesto que reclama nuestra intervención. Títulos como “Conversa” o “Qué féren, que feim, que farem?” demuestran esta voluntad de traspasar los límites puramente artísticos para llegar a la formulación de pretextos. El deseo es que cada cual saque sus propias conclusiones ¿No es el arte, desde sus orígenes, un diálogo entre la obra y el espectador? Como dijo Baudelaire: “Cada uno con su quimera”. Es decir, pese a ver todos las mismas telas, figuras, simbología, la obra se percibe e interpreta de mil maneras distintas. Esta es la riqueza, el gran tesoro del arte. Vicenç Palmer crea signos y símbolos, marcas y señales, todo ello creando un imaginario que, constantemente, nos reenvía al inconsciente, a todo nuestro bagaje interior, escondido en algún rincón de la memoria, hasta que un recuerdo, un sentimiento, una emoción…, lo hace aparecer de forma inesperada, como si fuese un acto reflejo que surge del alma. La tela metálica, las bases y soportes de hierro, la arena pigmentada… evidencian la capacidad imaginativa del artista que busca complementos donde encajar el discurso teórico, el ideario expresivo. Seguramente en la búsqueda y exploración formal radica el sentido de la obra de Palmer, que bebe en fuentes tan diferentes como el expresionismo abstracto o el cromatismo figurativo. El placer es pintar la vida.
Pere Joan Martorell
Comentario en el catàlogo “art è” Gener 2016