Críticas

El signo y el símbolo
(ut pictura poesis)
Fernando Gómez de la Cuesta

Hay algo en la pintura de Vicenç Palmer que la convierte en singular, una cuestión que se refiere al empleo de los signos y de los símbolos, un carácter elemental que conecta con lo emblemático, con lo esotérico, con lo cósmico y con lo mágico, cercano en ocasiones al arte primitivo, en otras a las cosmogonías míticas, también a los iconos contemporáneos que actúan como símbolos distintivos de la modernidad. Las obras de Palmer contienen motivos repetidos de manera insistente, una suerte de acervo visual con el que va generando sus constelaciones de elementos esquemáticos y de lenguaje simple, un grafismo sintético que construye esa mitología personal de colores vivos y contrastados sobre fondos de apariencia infinita y enigmática.

Todo en Palmer le sitúa en una posición periférica con respecto al arte y eso hace interesante su investigación plástica: su llegada tardía a la creación, su formación autodidacta, el empleo de una técnica peculiar en la que la línea, que se configura como el gesto decisivo de sus lienzos, se produce con finos trazos de pintura seca con cierto volumen, dejados secar sobre una superficie de la que son despegados posteriormente para ser adheridos al cuadro final, un sistema complejo y limitante que, desde su dificultad, ayuda a lograr la síntesis esquemática y simbólica de unas formas en las que se prima la expresión, la abstracción y lo sígnico.

Mientras su diapasón creativo va oscilando entre la pintura rupestre y el pictograma contemporáneo, Vicenç Palmer toma su obra como un experimento intenso con el que interrogarse sobre el mundo de una manera sentimental, comprometida, poética y política, una mirada cósmica pero, también, absolutamente cotidiana. Una pintura que se aleja de aquello que se entiende como el “buen arte” para crear un sistema iconográfico plural, mudable y libre, que desafía las normas establecidas, generando unas estructuras narrativas abiertas y contradictorias cuyas mecánicas de representación surgen de la imperiosa necesidad de proyectar ideas esenciales de manera ágil y no tanto de formular un estilo propio desde una excesiva reflexión.

Esta creación (casi) automática de símbolos dispuestos sobre el lienzo se refiere a los temas que preocupan al artista: el devenir de la vida, el pasado, el presente y el futuro, la familia, la ciudad, el país, la cultura, las creencias; un contexto tan amplio que se convierte en inabarcable, tanto para su autor como para el espectador. Su obra está incardinada en una búsqueda permanente de la liberación de cualquier atadura, en una huida de las jerarquías impuestas, una actitud que se hace patente, sobre todo, en su peculiar manera de "hacer" la pintura. Porque una obra de arte, para señalar algo interesante, debe hacerlo al margen de los diques convencionales del formalismo al uso, al margen de la estética dominante, fuera de las modas y de los gustos del momento, y allí es donde se instala Vicenç Palmer.

Esta singular, personal e intransferible forma de crear, esta significación tan íntima y diferencial, es lo que conecta la obra de este artista, de una manera ineludible, con la poesía, con su sentido simbólico y metafísico articulado por medio de imágenes sagradas, de círculos, triángulos y cuadrados, de mandalas y tótems, de seres y espacios, una utilización del signo atemporal en la que se mezclan los tiempos remotos con los más actuales, una tentativa y un resultado del "decir" que deja en evidencia que, así como la pintura, así es la poesía. Ut pictura poesis. El signo y el símbolo. Mallorca 2019.

Cuando cierta luz se enciende, no hay límites para manos y mente…
 
Una corazonada es la creatividad
 tratando de decirte algo
Frank Capra
 
Como el zum zum de una abeja, la faceta creativa de Vicenç Palmer (Palma, 1955) permanecía latente esperando el momento de emerger con fuerza, casi de forma eyaculada, a partir de un estímulo que hiciera encender la mecha e impulsara a Palmer a emprender un verdadero viaje de descubrimientos por las grutas inhóspitas del terreno artístico. "La vida te lleva por determinados caminos, y ya puedes dar vueltas, que es ella misma quien te arrastra hacia donde tienes que ir. En mi caso fue como si una luz, que siempre había llevado dentro, de repente se encendiera", afirma el propio artista en relación a su encuentro con la pintura hará ahora nueve años. Estos nueve años de formación autodidacta se han materializado en una prolífera producción pictórica, en un verdadero campo de experimentación sin límites, de valentía y de entrega incondicional. Es precisamente esta autoformación la que le ha permitido explorar de forma libre y sin pautas preestablecidas, sin procedimientos protocolarios y a un ritmo marcado por sus propias inquietudes y ansias de inventiva; un ritmo en el que la inspiración ha ido dictando y las manos han ido materializando.
Nueve años son suficientes para mirar en perspectiva y trazar una línea evolutiva de su producción, fruto de un incansable deseo de tentativa, de experimentación con diversos materiales, técnicas, texturas, soportes y gamas cromáticas. Desde pintar con plumas de gallina, hasta incluir fragmentos de zapatos o herraduras en los bastidores, pasando por la utilización del carboncillo lacado, el látex o la arena pigmentada, un micromundo de efectos ópticos, exóticas superficies y, por supuesto, historias narradas, configuran el abanico empírico de su producción.
Podríamos decir, a grandes rasgos, que en sus inicios se decantó por paletas cálidas y homogéneas copando la totalidad de las telas a través colores y de formas sinuosas. Una segunda fase vendería marcada por la experimentación con materiales diversos que a menudo otorgan tridimensionalidad a las telas y efectos de luz y sombras. A menudo, estas piezas requieren de una predisposición activa por parte del espectador, quien debe interactuar de forma directa para darles pleno significado. Esta miscelánea de diferentes materiales conducirá al artista a diseñar sus propias peanas para dotar de la tercera dimensión a sus lienzos. Una curiosa mezcla de pintura y escultura configura la "Serie V", donde pequeños cuadros quedan suspendidos en el aire a través de unos soportes ideados en hierro.
En su producción más reciente Palmer ha prescindido de la heterogeneidad de materiales para centrarse en una pintura mucho más matérica y donde la pureza blanca del lienzo virgen queda al descubierto interrumpida por explosiones de color y mezcla de líneas nerviosas, dejando entrever cierta reminiscencia al gran Kandinsky. "Últimamente me cuesta manchar la tela ", afirma Palmer, alejándose de aquellas primeras piezas donde el color protagonizaba toda la superficie sin dejar rastro de vacío. Fondos blancos y poemas de colores concentrados con pequeños toques figurativos conducen al artista a la gestación de un estilo propio. Sin embargo, tiene muy claro que no quiere encasillarse, y que para él prima la experimentación y la fidelidad a sí mismo que la consolidación de un estilo personal reconocible. Explora, tanto exteriormente con la plasticidad de los materiales, como interiormente en la profundidad de su mundo interno y es a través de sus creaciones donde encuentra la sintaxis para contar, para transmitir, para narrar pequeñas historias que una vez puestas en común cada uno es libre de interpretar. Como bien decía Dalmiro Sáenz "El arte es eso. Es colocar en el destinatario de la obra elementos para que él mismo recree la creación del artista". Estas historias escondidas tras los lienzos vienen acompañadas de pequeñas pistas a través de los sugerentes títulos que sirven de guía al espectador. Palmer crea en base a emociones, en base a sensaciones, otorgándole vidas a las piezas; vidas en plural que a través de la polisemia de significados e interpretaciones reactivan el sentido de la creación: entender mejor el mundo en el que vivimos a través de cómo se nos narra.
Si bien la narrativa de Palmer puede ser divertida, irónica e ingeniosa, en ocasiones se decanta por temáticas más reflexivas y trascendentales, siempre tratadas desde un punto de vista amable y huyendo de tensiones, de angustiosos dramas y de tragedias cotidianas, para buscar el lado positivo, la empatía necesaria para arrancar una sonrisa al espectador o como mínimo un interés hedonista.
Y paseando por su estudio particular, con cuadros copando todos y cada uno de los rincones, con piezas graciosamente colocadas que te interpelan y te hablan de forma directa y con el intenso trabajo de nueve años de creación condensado en un viaje fugaz, podemos decir que cuando cierta la luz se enciende, no hay límites para manos y mente ...

 
Sara Rivera Martorell, 2014
Lda Hª del arte, máster en arte contemporáneo,
crítica y comisaria independiente


“Siempre he pensado que en la simplicidad entendida como despojamiento hay sabiduría.
Vicenç Palmer, instintivamente sabio, insinúa antes que decreta,
 muestra un camino que irremediablemente se diluye en una transparencia ilusoria,
 en una extraña armonía, en una frase inacabada,
 como si en esa imposibilidad radicara la forma más pura, más genuina de la comunicación.”

 
JAVIER CÁNAVES,
Escritor, premios Poesia Antonio Machado 2001, Hiperión 2003, Ciudad de Palma Ruben Darío 2006


“Como dice Vicenç Palmer sobre su propia obra: “Prefiero dejar solas las imágenes de mis obras y no encerrarlas inmediatamente en la prisión de algunas palabras; así podrán “transpirar” lo que tienen que transmitir”. Y ciertamente Palmer rompe los esquemas preconcebidos. Su experiencia, sus ideas, sus pensamientos se observan en los trazos, los gestos, la materia que utiliza.
Sus obras se enmarcan en el ámbito del informalismo dentro de la abstracción espacial y gestual, mediante el uso, a veces, del collage y la pintura matérica, combinándolas hasta alcanzar una expresión personal y única.
Al margen de las emociones que su pintura nos produzca, los elementos que configuran cada cuadro nos inducen a establecer un diálogo profundo y a veces íntimo, entre el artista y el espectador”. J.M. Marín



VICENÇ PALMER
O el gozo del celebrante

 A mitad del camino de su vida –al igual que Dante al inicio de la Divina Comedia-, nuestro protagonista decide dar un paso trascendente, definitivo, y entregarse a la aventura de forjar su identidad dentro del mundo del arte. Aventura azarosa, inquietante, que supone un gran reto. El bautizo existencial de Vicenç Palmer (Palma, 1955), toma otro ritmo, una alta intensidad y frecuencia templada, cuando maneja el pincel y mezcla los colores. Nunca es tarde si llega la hora, en cualquier lugar, el cometido, el resultado. Contrario a considerar el arte como un chivo expiatorio, Vicenç Palmer opta por la pintura desde una experimentación placentera, hedonista, del acto creativo. Nos encontramos con una mirada dionisíaca, maravillada, que rehúye el tormento y la angustia que generalmente acompaña el espíritu de aquellos que viven el arte como una redención. Notamos inmediatamente un impulso alegremente fecundo en la obra del artista, una explosión de felicidad que inunda sus telas. Los colores se recrean en una gran fiesta, una exuberancia cromática que posee un poder hipnótico, un impacto que nos recuerda a Kandinsky. No en balde la imaginería nos presenta flores, soles, estrellas, formas geométricas, figuras antropomórficas…, dejando casi siempre como protagonista, un fondo blanco ubérrimo, desnudo, que se aleja del vacío. Se inicia así una especie de juego que consiste en descifrar el mensaje, como si el espectador se encontrase delante de un jeroglífico o un palimpsesto que reclama nuestra intervención. Títulos como “Conversa” o “Qué féren, que feim, que farem?” demuestran esta voluntad de traspasar los límites puramente artísticos para llegar a la formulación de pretextos. El deseo es que cada cual saque sus propias conclusiones ¿No es el arte, desde sus orígenes, un diálogo entre la obra y el espectador? Como dijo Baudelaire: “Cada uno con su quimera”. Es decir, pese a ver todos las mismas telas, figuras, simbología, la obra se percibe e interpreta de mil maneras distintas. Esta es la riqueza, el gran tesoro del arte. Vicenç Palmer crea signos y símbolos, marcas y señales, todo ello creando un imaginario que, constantemente, nos reenvía al inconsciente, a todo nuestro bagaje interior, escondido en algún rincón de la memoria, hasta que un recuerdo, un sentimiento, una emoción…, lo hace aparecer de forma inesperada, como si fuese un acto reflejo que surge del alma. La tela metálica, las bases y soportes de hierro, la arena pigmentada… evidencian la capacidad imaginativa del artista que busca complementos donde encajar el discurso teórico, el ideario expresivo. Seguramente en la búsqueda y exploración formal radica el sentido de la obra de Palmer, que bebe en fuentes tan diferentes como el expresionismo abstracto o el cromatismo figurativo. El placer es pintar la vida.

Pere Joan Martorell
Comentario en el catàlogo “art è” Gener 2016


VICENÇ PALMER
Necessaris diàlegs escrits amb pintura
 
 
Jordi Pallarès, 2012
educador visual i comissari independent
 
El primer cop d’ull al conjunt de l’obra de Vicenç Palmer va ser a casa seva. Teles i fustes pintades, i algunes escultures delicadament ubicades entre mobles i fragments de paret, oferides a la mirada solta la veu en off de l’artista que acompanyava la visita talment un documental. Un travelling conduït en què esmentava detalls i anècdotes del momento en què estaven realitzades i dels espais que havien contemplat. Mentre escoltava, vaig anar intuint un camí.
 
En Vicenç treballa des de la pintura. El seu entusiasme i les seves ganes d’apendre han vingut provocant, des de fa anys, que el mateix suport pict`ric l’hagi duit a tastar la tercera dimensió, utilitzant materials com la tela metàl.lica o, simplement, dissenyant peus i suports de ferro que recorden els seus signes i que han de servir per emplaçar altres pintures. Mantenint dues línies paral.leles, ha vist necessari alternar fins al moment una obra més gestual i visceral, amb una altra aparentment més ordenada, plana i geométrica. De la mateixa manera, el fet tridimensional no l’ha allunyat de la representació pictórica de la realitat, capficant-se en l’expressió del signe, aïllat, unitari, com la comunicación no verbal dels cossos en la quotidianeïtat. En aquest sentit, les darreres peces d’en Vicenç posen en evidencia la depuració natural de tota una sèrie d’elements i recursos de la seva cuina experimental, fruit d’una dedicació –avui per avui, gairebé exclusiva- i d’una mirada dirigida. Experiències i viatges dels que s’ha nodrit, traduint formes copsades des de la seva cámara o bé retingudes en el seu disc dur. En qualsevol cas, estem parlant d’una narrativitat que, més que mai, fa explícita en tota una sèrie d’elements que juguen dialècticament. Cossos, taques, geometries i els mencionats signes que situa en un espai que cada vegada demana més protagonisme, i que determina la importancia d’aquestes dicotomies que ofereix a l’espectador. Gestualitats contingudes en un caos cromátic ordenat i retingut en pasterades pictòriques que han vist necessària la seva incorporació en l’espai de les seves obres. Pintura que surt sense por del tub, configurant frases on cadascun dels elements té un rol específic. Sintaxi que encara roman a l’estructura profunda i que promet narrar moltes més vivències.

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